En una entrevista realizada hace ya algunos años a Juan Herreros, el entrevistador le preguntaba por si compraba libros en Internet –que aún era una herramienta incipiente en lo que la comunicación de arquitectura se refiere– a lo que el arquitecto contestaba que allí sólo accedía para encontrar lo que ya sabía que andaba buscando –esto es, un determinado libro. Seguramente –aunque no exclusivamente– los que empezamos a estudiar ya con su consolidación, hemos asumido más rápidamente su lectura fragmentada, dispersa y, en ocasiones, hasta aparentemente errónea, residual e inútil que nos ofrece como parte de nosotros. Me gustaría pensar, además, que esta mirada que hemos desarrollado se amplía más allá de la red y que, frente a lo sugerido por Juan Herreros, existe otra manera de ver que hace del errabundeo de información, digital o no, una manera de acercarse al conocimiento de la arquitectura. Tal vez esa sea una mirada que, como apuntaba Alejandro Hernández hace unos días, se ejerza de manera distraída. Distraída, que no imprecisa. Una mirada que hace del errar – en el sentido amplio del término– una manera de ver. Una mirada que asume la serendipia, lo fortuito o lo encontrado como algunos de sus valores. Esa mirada, curiosamente, requiere entonces un esfuerzo mayor, la de encontrar algo que en apariencia no se muestra visible entre todo el ruido gris de información. Es una mirada que está más allá de ver, y que intenta comprender el valor oculto de las cosas que tenemos ante nosotros mismos, aunque sean objetos sin valor aparente.
Algo así me sucedió recientemente cuando, en uno de tantas visitas a la librería, andaba (h)ojeando diversos títulos sin pretensión de encontrar nada cuando me topé con el libro Proyectos encontrados. Arquitectura de la alteración y el desvelo del arquitecto sevillano Juan José López de la Cruz y editado por Recolectores Urbanos. Una lectura rápida apuntaba valores que luego se confirmaron. El libro, justamente, desarrolla y se centra en esa mirada que busca desvelar el valor oculto de las cosas, exponiendo una arquitectura que se proyecta a partir de lo encontrado. A través de cuatro capítulos desgrana los proyectos del estudio Sol89 –formado por el mismo autor junto con María Gonzalez– atendiendo a aspectos como el Ready made, es decir, las posibilidades espaciales y tecnológicas ocultas de los objetos para convertirse en proyectos arquitectónicos; el resto, el escombro o los fragmentos materiales de arquitectura; los espacios residuales de la ciudad o la superposición temporal. El libro se guía a través de una serie de proyectos y acciones de personalidades ilustres del arte y la arquitectura como Richard Buckminster Fuller, Lacaton y Vassal, Gordon Matta-Clark, Robert Smithson, Enric Miralles, Lara Almarcegui, Jacoba Mulder o Aldo van Eyck; que han sabido, incluso equivocándose y de manera muy directa, ver el valor de las cosas más allá de lo evidente, más allá de términos como reciclaje en “procedimientos que tienen en común la regeneración de proyectos y significados a partir de otros encontrados (…) que comparte la aceptación del azar frente al proyecto cerrado”.
La mirada que nos expone el libro es aquella que busca “desentrañar lo inencontrado”; aunque para ello haya que atender a lo aparentemente residual, lo degradado, lo desplazado de la mirada oficial. Que aboga por utilizar el valor de lo existente más allá de la tabula rasa ya que “la acción arquitectónica es siempre una alteración del mundo existente y proyectar no es sino repensar una y otra vez sobre él, un intento fabuloso de intentar transformar continuamente la realidad para acomodarla a lo variable de nuestro pensamiento en constante cambio”. Algo que se convierte en un difícil ejercicio visual para el arquitecto, que hace necesario conocer a lo que uno enfrenta y que hasta puede mostrar cariño por los procesos de deterioro: “un mundo sin degradación sería un mundo sin memoria, por lo que la reutilización puede ser un método de transmisión de la misma”. Una mirada que debe ver el valor en lo existente, en esa lectura fragmentada, dispersa y, en ocasiones, hasta aparentemente errónea, residual y inútil que nos ofrece que Juan José López de la Cruz parece resumir en una frase de la introducción: “todo está delante de nosotros, aunque velado y enmarañado, y el descubrimiento, que a menudo se confunde con un acto de posesión del que lo lleva a cabo, no es sino el entendimiento de una realidad que ya estaba ahí, por lo que no cabe el hallazgo, es acaso un desvelamiento, pero de nuestra propia mirada nublada que comienza a vislumbrar la realidad compleja. El descubrimiento llega entonces por la compresión de los distintos significados que nos ofrece lo encontrado, haciendo valido aquello que sugería Valéry sobre que descubrir no es sino comprender”.
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