La exposición ‘Los murmullos del bosque’ trae a España por primera vez las fotografías del japonés Shikama hasta el 7 de marzo.
El pequeño tamaño engaña. Aún más en la actualidad, cuando el ojo se ha acostumbrado a las fotografías colosales colgadas en las galerías. Pero al acercarse a las diminutas obras del artista japonés Takeshi Shikama (Tokio, 1948) que componen hasta el 7 de marzo la exposición Los murmullos del bosquesituada en la sede de Gas Natural Fenosa en Barcelona, los detalles de los paisajes naturales —la mayoría realizados entre 2004 y 2013 en Japón y Estados Unidos— aumentan a cada mirada: la imagen se expande hacia la espesa profundidad del bosque, donde las cortezas, hojas y ríos quedan capturados en su anatomía.
El artista utiliza una técnica inaudita para cristalizar la realidad: con una antigua y pesada cámara de placas inmortaliza el escorzo natural en su exacto tamaño real. Después lo imprime con emulsión de platino paladio sobre el Gampi —papel artesanal obtenido de la corteza de un raro árbol japonés— para que los matices y fragmentos más finos registrados en la película queden gravados en la hoja amarillenta. “Sus series en blanco y negro, dedicadas a florestas y parques naturales, componen una obra atemporal”, opina Carmen Fernández, directora del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Gas Natural Fenosa de A Coruña: “Es difícil establecer si son fotos hechas a principios de siglo XIX, mitad de siglo XX o en la actualidad”. Fascinada por esta “forma japonesa de contemplación y de sentir el paisaje”, Fernández ha invitado a Shikama a fotografiar los bosques atlánticos de Galicia para completar allí su retrospectiva programada a partir de mayo.
Diseñador profesional en Tokio hasta los 55 años, el artista se acercó tarde a la fotografía: se construyó una casa de madera en un bosque a dos horas de la megalópolis, abandonó la urbe y se sumergió en la contemplación de la naturaleza. “Cortar árboles le impresionó profundamente y le permitió comprender una ancestral creencia japonesa que veneraba a los árboles como divinidades”, señala Alain d’Hooge, comisario de la exposición de Shikama en Bruselas. El artista “se deja guiar por los murmullos de un mundo fuera del mundo, lo que él denomina respiración silenciosa”, añade d’Hooge. Adentrado en una naturaleza virgen, casi prohibida, Shikama arrastra su pesado equipo de un lugar a otro. “En un día entero quizás consigue hacer solo seis o siete fotos”, señala Fernández.
A caballo entre la tradición pictórica oriental y la fotografía paisajística europea y norteamericana, en sus obras hay directas referencias al trabajo de pioneros del siglo XIX como Carleton Watkins o Eadweard Muybridge que invitan a la meditación. En los antros oscuros de la floresta, el largo tiempo de exposición de la película desenfoca y esfuma cualquier mínimo movimiento —el viento entre las hojas o el flujo de agua de una catarata—, creando el efecto de una naturaleza vibrante y onírica.
Hasta en las pocas “selvas urbanas” capturadas por Shakima, como Central Park, el artista consigue convertir los rascacielos en lejanas ruinas integradas con la naturaleza, alejándose de un efecto fotográfico y tomando una textura más típica del grabado o de la pintura. La sensación es la de estar en medio de un lugar idílico o un paraíso prohibido. El bosque respira silencioso.
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