El pintor y escultor suizo Alberto Giacometti (1901-1966) es uno de los artistas más reconocidos y singulares de toda la producción del pasado siglo XX, en especial tras la década de los 40; y cuyas obras más reconocidas son sus figuras escultóricas humanas y pinturas que le han asociado con varios movimientos artísticos y donde se han visto influencias en otros ámbitos como en la filosofía existencialista.
Nacido en un entorno familiar artístico, su padre era pintor impresionista, y tras formarse académicamente en Ginebra, la producción de Giacometti y sus influencias comienzan a despuntar en su estancia en París en los años 30, donde se relaciona con personalidades como Joan Miró, Max Ernst y Pablo Picasso; y donde aprende tanto del cubismo como del surrealismo para generar un sello personal distintivo.
En su regreso a Suiza en los años 40 y su residencia en Ginebra en plena Segunda Guerra Mundial , Giacometti deja atrás influencias surrealistas y, acercándose al arte más figurativo, desarrolla sus conocidas y celebrada figuras humanas. De aspecto esbelto y nervioso, a veces a escala de igual altura que la persona que servía de modelo, las esculturas del maestro suizo aún son motivo hoy en día de admiración y son expuestas internacionalmente en diversas salas de exposición donde impresiona el aspecto expresamente áspero de las mismas.
La propia experimentación escultórica se ve acompañada por diferentes expresiones pictóricas en la obra de Giacometti, figuras rígidas, frontales, de aspecto crudo, que recuerdan a las anteriores y de las que el filósofo Jean-Paul Sartre escribiría y vería reflejadas varias de sus ideas.
La obra de Giacometti, por tanto, se desglosa en varias disciplinas y en varias direcciones a lo largo de las experiencias del propio artista a lo largo de sus encuentros con diferentes estilos; y dejando finalmente como testigo una obra de marcada personalidad.
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