12.11.13

“No son genios lo que necesitamos ahora”

Fuente: Revista Diagonal

La Revista Diagonal núm. 35 publicó la réplica de Antoni de Moragas Gallissà al artículo de J. A. Coderch “No son genios lo que necesitamos ahora”, a continuación os presentamos el artículo:


“No son genios lo que necesitamos ahora”
José Antonio Coderch


Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal, le decía a otro mucho más joven que le pedía consejo: “Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas”. También le decía: “Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves.” Un hombre, no decía siquiera un arquitecto. No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la Arquitectura, ni grandes doctrinarios. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales, en relación con nuestro oficio (metier) de arquitecto y con nosotros mismos. Creo que necesitamos, sobre todo, buenas escuelas y buenos profesores. Necesitamos aprovechar la escasa tradición constructiva y, sobre todo, la tradición moral, en esta época en que las más hermosas palabras han perdido su verdadera significación. 

Necesitamos que miles y miles de arquitectos piensen menos en Arquitectura, en dinero, o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen; siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y honradez. 

Creo que para conseguir estas cosas hay que desprenderse antes de muchas falsas ideas claras, de muchas palabras huecas, y trabajar de uno en uno, con la buena voluntad que se traduce en acción propia y enseñanza, más que en doctrinarismo. Creo que la mejor enseñanza es el ejemplo; trabajar vigilando continuamente para no confundir la flaqueza humana, el derecho a equivocarse, capa que cubre tantas cosas, con la voluntaria ligereza, la inmoralidad o el frío cálculo del trepador. 

La sociedad se enriquece espiritualmente con obras y palabras, hacia la base por mimetismo y respeto a una aristocracia, que hoy prácticamente no existe, ahogada en gran parte por el materialismo, por la filosofía del éxito. En España, me explicaban mis padres, un caballero, un aristócrata, es la persona que no puede hacer cosas que la ley, la Iglesia, y la mayoría aprueban o permiten. Hay que construir una nueva aristocracia de uno en uno. Creo que es la única manera de no perder el tren. Hay que ir despacio y empezar pronto. Empezar cada uno de nosotros y en todo caso hablar luego de ello. Al dinero, al éxito, al exceso de propiedad o ganancias, a la ligereza, a la prisa, a la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar: la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo, el amor, que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse. 

Se considera que cultura o formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos procedimientos de clasificación que se emplean (signos exteriores de riqueza económica) en nuestra sociedad materialista. Luego nos lamentamos, porque ya no hay grandes arquitectos menores de sesenta años, porque la mayoría de los arquitectos son malos, porque las nuevas urbanizaciones resultan antihumanas, porque se destrozan nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas. 

Es por lo menos curioso que se hable y se publique tanto sobre los signos exteriores de los grandes maestros (signos muy valiosos en verdad), y no se hable apenas de su valor moral. Es curioso que se hable o escriba de sus flaquezas como cosas curiosas o equívocas, y se oculte como tema prohibido o anecdótico su posición ante la vida y ante su trabajo. 

Es curioso, aquí tenemos a Gaudí muy cerca (yo mismo conozco personas que lo han tratado personalmente en su trabajo), que se hable tanto de su obra y tan poco de su posición moral y de su dedicación. Es más curioso todavía el contraste entre lo mucho que se valora la obra de Gaudí, que no está a nuestro alcance, y el silencio o ignorancia de la moral o la posición ante el problema de Gaudí, que esto sí, está al alcance de todos nosotros. 

Con grandes maestros de nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o mejor dicho las formas de sus obras y nada más, sin profundizar para buscar en ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro propio techo o límite, y esto no se hace, porque casi todos los arquitectos, quieren ganar mucho dinero o ser Le Corbusier; y esto el mismo año en que acaban sus estudios de Arquitecto. Hay aquí un arquitecto, recién salido de la Escuela, que ha publicado una especie de manifiesto impreso en papel muy valioso, después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla así. 

La verdadera cultura espiritual de nuestra profesión siempre ha sido patrimonio de unos pocos. La postura que permite el acceso a esta cultura, es patrimonio de casi todos, y ésta no la aceptamos, como tampoco aceptamos el comportamiento cultural, que debería ser obligatorio y estar en la conciencia de todos. 

Antiguamente el arquitecto tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que eran aceptadas por la mayoría como buenas o inevitables, y la organización de la sociedad, tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos, políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía, por otra parte, más dedicación, menos orgullo y una tradición viva en la que apoyarse. Las clases elevadas tenían un concepto más claro de su misión, y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía; y la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero de una manera lenta y viva. Raramente existía ligereza, improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases que tenían un valor humano que se da hoy muy excepcionalmente. Rara vez también se planteaban graves problemas de crecimiento, ni se tenía la sensación, como ocurre ahora, de que la evolución de la sociedad es muy difícil de preveer, como no sea a muy corto plazo. 

Hoy día, las clases dirigentes han perdido el sentido de su misión, y tanto la aristocracia de la sangre como la del dinero, la de la inteligencia, la de la Iglesia, la de la política, salvo rarísimas excepciones contribuyen decisivamente por su inutilidad, espíritu de lucro, de poder y falta de conciencia de sus responsabilidades, al desconcierto arquitectónico actual. 

Por otra parte, las condiciones en las que tenemos que trabajar varían continuamente. Existen problemas religiosos, morales, sociales, económicos, de enseñanza, de familia, de fuentes de energía, etc., que pueden cambiar de forma imprevisible la faz y estructura de nuestra sociedad (son posibles cambios brutales cuyo sentido se nos escapa) y que impiden hacer previsiones honradas a largo plazo. 

Como he dicho ya tantas veces, no tenemos una clara tradición viva, imprescindible para la mayoría de nosotros. Las experiencias realizadas hasta ahora en nuestra profesión no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino imprescindible para la gran mayoría de los arquitectos que ejercen su oficio en todo el mundo. En el mejor de los casos, se busca la solución en formalismos y tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual, prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y, sobre todo ocultando cuidadosamente con grandes y magníficas palabras nuestra gran irresponsabilidad, ambición y ligereza. Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condensarse en slogans como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social y tantos otros. Una base formalista y dogmática, sobre todo si es parcial, es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común, algo que debe estar en todos nosotros, y aquí es donde vuelvo al principio de esto que he escrito, sin ánimo de dar lecciones a nadie, con una profunda y sincera convicción. 

Revista Domus 
noviembre de 1961

No hay comentarios:

Publicar un comentario